25 dic 2016

Hasta que el óxido nos separe

Que la robótica despierta pasiones no es algo que nos extrañe, pero que  lo haga hasta el punto de provocar enamoramientos entre humanos y sistemas cibernéticos  es algo cuando difícil de creer. Al menos de momento y dentro de los límites actuales de la tecnología de consumo. Sin embargo, salvadas estas limitaciones coyunturales y amparado en licencias creativas y artísticas, el mundo del cine ha recurrido en más de una ocasión a este punto de partida. Como ejemplo, la película Her, dirigida por Spike Jonze y estrenada en 2012, cuenta la historia de un escritor solitario, encarnado por Joaquin Phoenix, que se enamora de un sistema operativo super inteligente, a quien pone voz Scarlett Johansson. A partir de esta premisa de partida, cabe sin duda plantearse una serie cuestiones que puedan rondar entorno al aura digital en el que vivimos sumergidos ¿Dónde está el límite entre lo físico y lo lógico, entre lo digital y lo analógico? ¿Puede llegar a tener sentido un vínculo más próximo entre hombre y máquina?

Pero no nos engañemos ni tratemos de poner límites escudándonos en sintaxis sociales previas a la revolución digital. La idea, al ritmo que avanza la tecnología, no es tan descabellada. A fin de cuentas la Unión Europea está barajando la idea de que los robots sean unos contribuyentes más y coticen al estado del bienestar. Por lo tanto, y aceptando el papel de cuasi ciudadano de estas creaciones ¿podríamos denegar, llegado el caso, la unión civil entre un humano y un humanoide? Algunas páginas francesas de  entretenimiento difundían hace  unos días la noticia de una chica francesa de 29 años, Lily, que afirmaba que estaba enamorada de su robot, al que conocía mejor que a ninguna otra persona tras haber convivido un año. Es difícil contrastar la veracidad de la información, pero sin duda nos sirve como punto de partida para la idea planteada en este post.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo

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