Afirma
una parábola bíblica que "no se echa vino nuevo en odres
viejos, porque el vino nuevo hace que los odres revienten, y tanto el
vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo
en odres nuevos". De igual manera no podemos pensar en el mundo
del siglo XXI con una mentalidad decimonónica, y poner trabas y
fronteras a la expansión cultural que, por otra parte, es imparable.
Las revoluciones digitales y los avances de los medios de transporte
han creado un mundo cada vez más pequeño, quizá como efecto
colateral de una rampante economía globalizada donde las grandes
corporaciones comerciales e industriales podrían expandir y
deslocalizar sin ningún pudor sus subproductos, productos y
capitales. De cualquier manera, ya sea como elemento primario o como
efecto colateral, la globalización no sólo transformó a las
grandes empresas y a los mercados, sino que transfiguró la sociedad
misma, ayudó a construir una nueva cosmovisión y una perspectiva
diferente a la hora de interpretar el mundo y la relación entre el
individuo y la humanidad en su conjunto. También generó una
percepción diferente de las distancias y los limites del ecosistema
social asignado a los diferentes grupos humanos, pues el mundo se
convierte en un escenario interdependiente y de dimensiones humanas.
Sin embargo, estás interdependencias son complejas y a veces generan sentimientos encontrados. Y es que, junto a los intereses estratégicos y la luchas por recursos, los conflictos identitarios (y podemos englobar religiosos, culturales o históricos) han sido la causa de innumerables guerras en al historia de la humanidad. En este primero de octubre, Cataluña y España tensan su conflicto de identidades en el que hay excusas para nacionalistas de uno y otro lado de la frontera. Se buscará el problema en la otredad, en el diferente y se intentará degradarlo a través de sus símbolos. El símbolo es omnipresente, ambivalente e inexcusable. Émile Durkheim, aseguró que "la vida social, en todos sus aspectos y en todos los momentos de su historia, sólo es posible gracias a un vasto simbolismo"
El símbolo deviene un mantra al que aferrarse para excusar el odio. El símbolo lo soporta
todo, lo bueno y lo malo. Y su propia abstracción y su carácter etéreo hacen que de manera aleatoria nos atribuyamos cualidades y atribuyamos defectos al otro. Todo vale por hacer que nuestro adversario quede por debajo. Max Weber afirmaba en 1974 que "El poder del carisma se basa en la creencia en la revelación y en los héroes, en la convicción emotiva de la importancia y del valor poseídos por una manifestación de tipo religioso, ético, artístico, científico, político o de otra especie, del heroísmo, de la sabiduría judicial, de los dones mágicos o de cualquier otra clase". El "español es vago" o el "catalán es egoísta" son argumentos que buscan retratar las bajezas del otro, pues como defendía el siglo XVIII Mandeville, en la Fábula de las abejas, una sociedad se equilibra por sus vicios y no por sus virtudes. Por ello buscamos hacer al otro más malo, para al mismo tiempo parecer mejor nosotros mismos.
El 1 de octubre es una fecha clave pues marcará un punto de inflexión sin precedentes en una guerra simbólica donde todos tienen glorias que demostrar, teorías que validar y miserias que esconder. Y todos ellos arropado bajo el paraguas del símbolo; pura violencia simbólica, como reflejaría Burdieu.
MARRUECOS Y ESPAÑA ANTE LOS RETOS MIGRATORIOS DE LA NUEVA ERA
Hassan Arabi, Alfonso Vázquez (Coordinadores)
ISBN: 978-0-244-62895-6
AnthropiQa 2.0 (Badajoz) Universidad Hassan I (Nador), 2017
http://www.anthropiqa.com
Articulo: Hombre, nación e identidad: conflictos intrapersonales en la sociedad global.
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