En esta nueva lucha de clases que se desvela en Internet, en la que banqueros, gobiernos y grandes empresarios se unen para ocultar sus trapos sucios y actos poco honrosos, no cabe una solución que pase por seguir los protocolos establecidos para un ciudadano cumplidor. Porque el ciudadano cumplidor estaba programado por el sistema para mantener unas pautas continuistas para que el juego se fuera repitiendo como hasta ahora. Para los estamentos de poder, el conocimiento es delito, y por ello han crucificado cualquier intento de progreso social que avanzara hacia una sociedad responsable e informada.
Internet ha favorecido los canales de asociación y coordinación entre colectivos o, al menos, conjuntos de ciudadanos con intereses comunes. Bajo este espíritu cooperativo sin ánimo de lucro, en los últimos meses se ha comenzado a hablar del fenómeno anonymous, como una serie de personas que, a modo de quijotes cibernéticos del siglo XXI, se dedican a desfacer entuertos. Sin líderes, sin caras visibles, una legión de ciberactivistas que se moviliza en la Red. Se hacen llamar Anonymous y dicen luchar por la transparencia, la libertad de expresión y los derechos humanos.
Ante la polémica ley sinde, tumbaron las webs del ministerio de cultura y de la sgae. Ante los intentos homólogos en EEUU, atacaron las webs homónimas en aquel país. Con el fenómeno wikileaks y en apoyo a Assange, tumbaron aquellas webs de empresas que apoyaron la tropelía cometida contra este periodista australiano: visa, paypal, amazon o mastercard, entre otras.
¿Hay otra solución? Si un estado autodenominado democrático no escucha a sus ciudadanos, ¿es legítmo que estos actúen por su cuenta? ¿Sería aplicable el refrán popular quién roba a un ladrón, tiene cien año de perdón? Sea como fuere, Los anonymous, los Robin Hood de la red, van a jugar un papel muy importante en la transición hacía la sociedad red.
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