La mercantilización de la tecnología ha relegado a un segundo plano al propio hecho tecnológico, al avance en sí, dando predominancia al objeto como elemento de consumo y al momento de la compra. Disponemos de manera cotidiana de tecnología punta y no somos consecuentes ni de su potencia ni del alcance del propio avance en sí. Baudrillard anticipaba como consumidores y consumidos se diluían en un maremágnum semiótico en el que el comprador poseía al objeto, pero al mismo tiempo se dejaba poseer, lo que posicionaba a ambos elementos en el mismo plano, como engranajes sin jerarquía dentro de un complejo proceso social.
Tal vez Baudrillad divagó entonces sin llegar a vislumbrar lo que los interfaces de conexión digital iban a conseguir en corto espacio de tiempo, ya que en el momento de su muerte, en 2007, los smartphones eran aún raros y caros objetos del deseo consuetudinario. En 2019 han devenido elementos de consumo masivo, tan trivializados que somos incapaces de valorar sus plena capacidades.
Jürgen Habermas reflexiona acerca de este consumo y de cómo estamos saturados de tecnología: "La vida diaria saturada de tecnologías exige de
nosotros los legos, como siempre, un trato trivial con aparatos y
sistemas que no entendemos, una confianza habitual en el funcionamiento
de técnicas y redes de transmisión que ignoramos."
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo