De vez en cuando vemos aparecer en los muros de nuestros contactos un aviso sobre una presunta privacidad en las redes sociales en las que se prohíbe al proveedor del servicio a usar los datos generados. Otros mensajes, más perfeccionistas, incluyen que esos datos no pueden ser utilizar para ningún tipo de investigación. Sin embargo, ese punto de partida es tan discutible como ineficiente, pues el usuario pretende establecer un contrato de manera unilateral sobre un escenario en el que no tiene control, autoridad ni jurisdicción. De entrada, bastaría con leer las políticas de privacidad, condiciones de uso y políticas de datos que cualquier plataforma de este tipo nos ofrece al formalizar la membresía para darnos cuenta de los requisitos para formar parte de estas comunidades.
Facebook, Twitter o Instagram, como ya hemos comentado en otras ocasiones, no tienen ningún interés en nuestros datos, en nuestras reflexiones ni en nuestras imágenes o vídeos. O al menos no de manera individual. Sí que les interesa que se multipliquen nuestras comunicaciones, pues mientras más nutridas sean, más
Baudrillard al interpretar la sociedad de consumo desde una perspectiva semiótica afinaba en el problema al colocar al consumidor al mismo nivel que el objeto. Ambos son signos de un mismo sistema. Incluso llegaba a coquetear con la idea del el consumidor no poseía al objeto, si no que era el objeto el que poseía al consumidor. Así, desde una posición un tanto catastrofista, nos vemos obligados a aceptar nuestra posición de servidumbre en una sociedad cuya complejidad no llegamos a vislumbrar y ante la que nos vemos superados. La revolución digital ha sido servida jerarquicamente y, a fin de cuentas, somos victimas de nuestra propia libertad digital.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo