(Cuarta
colaboración para la sección Así domesticamos el mundo, dentro del programa
"Cosas que pasan" de Canal Extremadura Radio)
El
ser humano ha sido nómada por naturaleza. Desde sus inciertos orígenes,
aquellos tiempos de tránsito entre homínidos y primates, hasta hace
aproximadamente 10.000 años, las poblaciones se desplazaban en busca de
alimentos. Sin embargo, en torno a 9.000-10.000 años a.C el hombre comienza a
limitar sus desplazamientos ¿a causa de qué?
Homo
sapiens, como cualquier otro animal, responde a una serie de estímulos básicos
que, a la postre, van a ser la garantía de la perpetuidad de la especie:
comida/bebida, querid@ y guarida. Para abastecerse de ellas nuestros ancestros,
seres sin una especialización concreta, se fueron desplazando y colonizando
todas las latitudes del planeta. Precisamente a causa de esa falta de
especialización para una habilidad o un espacio concreto fue lo que nos ha
llevado a un desarrollo como el que conocemos hoy en día. Y también esa falta,
que a priori podría ser un hándicap, nos llevó a ser seres sociales, en los que
la fuerza del grupo es muy superior a la fuerza de cada uno de los elementos
por separado. Por ello, nómadas o sedentarios, somos animales sociales. No
somos nada sin el grupo, lo somos todo con él.
Tras
una larga diáspora de millones de años, en torno al 9.500 a.C. en la zona de
oriente próximo algunos grupos humanos comienzan a establecerse en poblados más
o menos permanentes, reduciendo paulatinamente su nomadismo. Ello se debe
fundamentalmente al descubrimiento de la agricultura y, asociada a ella pero
algo posterior, la ganadería. De manera azarosa descubrimos que a través de las
semillas de las plantas podíamos tener la producción deseada en un espacio
determinado, sin ser necesario desplazarse kilómetros para encontrar los granos
y raíces con los que alimentar al grupo.
Con la perfección de las técnicas agrícolas se perfeccionan los cultivos, pues
se prioriza la producción de las especies más rentables. Además, en vez localizar un producto a una zona y otro en un
espacio lejano, ahora los géneros vegetales necesarios estarán disponibles en
la misma zona productiva. Como ya no es necesario desplazarse en busca de
alimento, en torno a estos espacios de producción comienzan a aparecer los
poblados. A medida que avanza el tiempo los refugios son más específicos y
complejos. Así, cuando llega una cosecha buena, es necesario guardar el
excedente y se crean los graneros. En torno a la gestión de la producción
también surgen las castas o clases que lo van custodiar (jefes, iglesias y
ejércitos), con lo que aparecen las construcciones civiles. Los excedentes
servirán para comerciar, pero también suscitarán envidias en los poblados
vecinos, con lo que además se crearán fortificaciones para protegerse y
defenderse. Así, casi sin darnos cuenta, pasamos de un pequeño poblado junto a
un remanso fluvial a una floreciente ciudad. Cuando en una zona convergen
varias ciudades afines, se desarrollan alianzas que dan lugar a las
civilizaciones. Este nuevo dimensionamiento hará que se construyan caminos,
puentes, acueductos y un sinfín de obras comunes. Las primeras civilizaciones,
llamadas civilizaciones prístinas, surgen en torno al agua: Egipto (Nilo),
Mesopotamia (Tigris-Éufrates), India (Ganges), China (ríos Hoanho y Yangtse
kiang -rio azul y rio amarillo) y Fenicios, todas ellas en Eurasia.
De
manera paralela, un poco después en el tiempo, el hombre aprende a domesticar a
los animales que le proporcionarán leche, huevos, carnes, pieles, fuerza motriz
o simple compañía. Con el dominio de la agricultura y la ganadería arranca la
primera ola civilizatoria (en la terminología de Alvin Toffler), que durará
hasta las revoluciones del siglo XVIII. Con la primera ola, el ser humano deja
de desplazarse continuamente para obtener sus recursos, que ya puede producir y
controlar en su entorno próximo. A cambio, paga otro precio, como es la
sumisión al poder establecido, el control social y los mecanismos de represión
que se construyen en las florecientes ciudades.
Como
colofón, indicar que las primeras plantas domesticadas fueron los cereales
(cebada y trigo en Europa, arroz en oriente y maíz en América) y las legumbres,
por su versatilidad y buena conservación. Los primeros animales domesticados
fueron las cabras. Posteriormente perros y gatos, las ovejas, jabalís y, más
recientemente, el caballo. Cuando un animal se estabula, genera un sistema de
reproducción endogámico que va consiguiendo que su descendencia esté cada vez
más lejos de sus antepasados salvajes. En definitiva, de aquí a la oveja Dolly
solo hay un suspiro de tiempo.
La sedentarización I (4 abril 2013)La sedentarización II (2 mayo 2013)
La sedentarización III (30 mayo 2013)
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo