Cuando las crisis se recrudecen, las revoluciones afloran por uno u otro
motivo. Paralelamente, los dirigentes políticos siempre afirman que
estamos a punto de salir de la crisis cuando las revoluciones se
recrudecen. Nos encontramos ante una tautología sociológica de vital
importancia. Y es aproximadamente lo que está pasando en estos días tras numerosas manifestaciones y encontronazos entre desencantados
sociales y decisiones políticas, los primeros reencarnados en ciudadanos
puestos al límite y la segunda en las fuerzas de seguridad, que por
esta vez abandonan su papel de proteger al ciudadano y se dedican a
machacarlo.
La última revolución que hemos vivido ha sido la del Barrio burgalés del Gamonal. Aquí los ciudadanos se organizaron y se opusieron a una decisión Consistorial.
La última revolución que hemos vivido ha sido la del Barrio burgalés del Gamonal. Aquí los ciudadanos se organizaron y se opusieron a una decisión Consistorial.
La protesta se hizo cada vez más sólida y los enfrentamientos entre ciudadanía y policía volvieron a formar parte de la escena cotidiana. Inicialmente los medios de comunicación al servicio del poder intentaron arrojar una imagen de vulgar vandalismo callejero. Sin embargo, con el paso del tiempo y la persistencia de los manifestantes esta imagen fue difuminandose y ahora en vez de villanos se convirtieron casi en héroes. Héroes anónimos de lo cotidiano que enseguida captaron la simpatía del resto de conciudadanos.
Algunos canales de información alternativos se ocuparon de esta causa. Es cierto que había potenciales lectores, y las ventas son las ventas. Sea como fuere se
comenzó a apoyar mediáticamente la revuelta. Por primera vez en mucho tiempo los
manifestantes contaron con el apoyo de algunos medios de comunicación.
Se tornaron los papeles y ahora ya no eran tan malvados. Ahora se les
dibujaba como ciudadanos comprometidos luchando por una causa justa.
La
administración se echó atrás rápidamente. Nos encontramos ante el
triunfo de la imagen por encima de todo. De la imagen inicial de
bandoleros, los demonizados manifestantes pasaron a ser mostrados
como ciudadanos con unas inquietudes y unos objetivos que defender.
Gracias a ese cambio de imagen, posible gracias al apoyo de la prensa, cambió el rumbo de la película.
Además del poder de la imagen y de la
relatividad de la razón, merece la pena preguntarnos si es posible un
cambio social sin una revolución. En la historia hemos visto que no ha
sido así. Para cambiar diez siglos de medievo hizo falta una revolución
burguesa e industrial que concienciará en poco tiempo lo que mil años de
historia no consiguieron. Tras esas primeras revoluciones de finales del
siglo XVIII, el rumbo del mundo occidental dio un giro radical. Más
recientemente, las revoluciones de Libia, Túnez o Egipto provocaron un
efecto similar en algunos estados árabes en lo que se denominó la
primavera árabe. De igual manera, ante la pérdida de derechos y de los
recortes sociales que están padeciendo sobre todo los estados europeos
mediterráneos, la conciencia ciudadana ha comenzado a movilizarse y
generar movimientos como la generación a rasca en Portugal o el movimiento 15M en España.
Sin duda, sin protesta el cambio no tener efecto. El
desencanto social es el que moviliza a las masas y la revolución de las
masas es la única que podrá derrocar las estructuras de poder
arcaizadas. Es difícil de prever si el cambio tardará más o menos
tiempo en llegar. Igualmente es complicado saber si lo que vendrá será
mejor que lo que desechamos. Lo que está claro es que la revolución no
será televisada, pero que está a punto de llegar.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
1 comentario:
Aunque así fuera, aunque de vandalismo se tratase, ciertamente este tendría un por que que ni los medios ni otros ciudadanos deberían demonizar.
¿Acaso pretendemos combatir la represión y la violencia ejercida sobre la clase más desfavorecida con abrazos y vítores pacíficos?
Cabría preguntarse que más cabe ante la fuerza sino la fuerza.
Notrec.
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