La iglesia católica goza
de un poder anacrónico en los países mediterráneos. Durante
siglos, científicos e intelectuales fueron condenados si osaban a
poner en tela de juicio los dogmas de fe o la palabra de la curia
vaticana. Y es que, como afirmaba Unamuno, para validar un milagro,
sólo era necesario un testimonio, pero para validar cualquier otro
hecho había que demostrarlo fehacientemente. Y no hay que remontarse
a la Edad Media ni a la inquisición. Hasta 1966 estuvo vigente el
Index librorum prohibitorum, o índice de libros prohibidos, mediante
el cual autores como Henri Bergson, André Gide o Jean-Paul Sartre
eran vetados por el Vaticano mientras que en 2013 se atreven a apoyar
textos como cásate y sé sumisa . En pleno siglo XXI la iglesia
aún se cree en posición de imponer su ideología. Llevando a escena el
aforismo popular de a dios rogando y con el mazo dando, toda la
jerarquía eclesial se atreve a hacer declaraciones que no hacen más
que dejarlos en evidencia.
Fernando Sebastián,
arzobispo de Navarra y Tudela y ahora nombrado cardenal por el papa,
se ha quedado tan ancho tras declarar que la homosexualidad es una
deficiencia, invitando a los homosexuales a recuperarse y
normalizarse con un tratamiento adecuado. Contrasta esta obsesión de
la iglesia por meterse en la vida privada de los ciudadanos con su
empecinamiento por mirar para otro lado en otros temas más
escabrosos que emergen de su propio seno.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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