4 may 2014

La asunción de roles

la psicología social norteamericana de la posguerra alcanzó agrias polémicas al llevar a cabo experimentos reales de corte conductista. En 1971,  un equipo de investigadores liderado por Philip Zimbardo de la Universidad Stanford, seleccionó un grupo de 24 usuarios elegidos al azar.  A cada uno de los participantes se se asigno un rol: vigilante de prisión o prisionero. Durante dos semanas deberían vivir en un espacio limitado y aislados del resto del mundo. La única premisa era que ninguno debería infringir daño físico a los otros. Sin embargo, tras un primer día sin pena ni gloria, el experimento comenzó a tomar vida propia y el segundo día ya se organizó un motín.

Cada bando desarrolló rápidamente una solidaridad endogámica de autoprotección respecto al otro. La identidad personal se diluyó rápidamente frente a la colectiva. Los vigilantes creyeron que se les había asignado su rol por su preparación y sus cualidades físicas y los prisioneros también estaban convencidos de este argumento, aunque en realidad la selección fue aleatoria. Partiendo de aquí y de manera casi automática se estableció una relación vertical de opresores y oprimidos.  

Retomamos los resultados de este experimento 40 años después para poner sobre el tablero la facilidad para manipular  una masa  en la que individuo pierde su identidad individual y asimila de manera casi automática una identidad colectiva. De manera sutil, en pleno siglo XXI estas técnicas siguen siendo utilizadas por los elementos de poder vertical. Cualquier acto más o menos masivo con contenidos conducidos desde un único punto de vista, como un acto político, una eucaristía o un desfile militar, buscan esta dimensión de colectividad y disolubilidad de la indentidad individual.  En otras ocasiones, se usa el choque de dos identidades colectivas para el enfrentamiento entre individuos de una y otra perspectiva: es los que ocurre en un encuentro de fútbol y, salvando las distancias, en una guerra. Ocultos tras una excusa geo-política, diluidos por el empuje de la masa, la razón y el raciocinio individual se pierden. No importa la persona, sino el grupo. Al participar en estas dinámicas, se pierde otra perspectiva que no sea la establecida para los elementos supremos de cada bando, tal como ocurría con los vigilantes y los presos en el experimento de Stanford. El individuo asume el rol que se le presupone, aceptando los códigos impuestos jerárquicamente. 

Con la crisis económica de los últimos años, el "ciudadano responsable" da por hecho los argumentos que sirven las grandes corporaciones industriales y los gobiernos en aras de la recuperación. Los elementos de poder generan, gracias a los medios de comunicación a  su servicio, la identidad colectiva del nuevo lumpenproletariado digitalizado que acepta el rol que para él se ha diseñado sin plantearse si son reales las premisas de partida. Nada nuevo bajo el sol.

alfonsovazquez.com
ciberantropólogo

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