Los luddistas eran un colectivo de obreros que, capitaneados por un mítico y legendario Ned Ludd, se oponían al desarrollo que traía la floreciente revolución industrial. El ludismo representaba las protestas de los obreros contra las industrias por los despidos y los bajos salarios ocasionados por la introducción de las máquinas. Estas revueltas eran desorganizadas y los obreros atentaban contra las máquinas destruyéndolas.
Con el paso del tiempo, se ha visto como la consolidación de la industrialización ha aportado mejoras en la calidad de vida de las sociedades occidentales, aunque no sirvió para disminuir las diferencias entre los estratos sociales, sino que incluso ha servido para acrecentarla, extremo este comprobable si comparan los salarios en los diferentes países con las fortunas de los ciudadanos más ricos del planeta.
Sin embargo, el factor económico no es el único ni el más preocupante. En 1984, Georges Orwell nos presenta una sociedad donde la humanidad funciona de manera mecánica controlada por un súper dispositivo capaz de saber qué hace cada ciudadano en cada momento. El mundo del cine también plantea este tipo de distopías en sociedades postapocalípticas. En In Time o Elysium corporaciones en manos de acaudalados ciudadanos dominan el planeta y al resto de la humanidad en una cruel y asimétrica relación al poseer una tecnología punta que se lo permite. En Matrix son las propias máquinas las que dominan a los humanos convertidos en meras baterías.
¿Estamos lejos de llegar a estas situaciones? Sin duda la tecnificación facilita las tareas en cualquier campo. Sin embargo, esto no quiere decir que quienes tengan los medios técnicos compartan sus beneficios con el resto de sus congéneres. La historia de la humanidad, con altibajos, se ha caracterizado más por la discrepancia y la disputa que por la colaboración. Los avances técnicos tienen un mecenas que es quien permite al científico desarrollar su investigación. Pero los mecenas no exponen su capital de manera altruista. De hecho vemos como más de la mitad de la humanidad no tiene acceso a agua potable, alimentación o sanidad básica, incluso si estos servicios serían del todo viables con una conciencia planetaria global. Según Intermon Oxfam casi la mitad de la riqueza mundial está en manos de sólo el 1% de la población y la mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo.
Las tecnologías no siempre son motor de cambio y desarrollo, sino que cada vez más van a ir generando sociedades altamente tecnificadas pero extremadamente polarizadas. No existe conciencia de especie, pero no solo entre ese 1% inmensamente rico. Pocos son los consumidores que se preguntan a costa de la salud o la vida de quién pueden adquirir ciertos bienes, como tecnología, joyas o energía. Tal vez no lleguemos a los extremos distópicos que hemos citado anteriormente, pero sí nos dirigimos hacía una humanidad dividida en la que, cada vez más, muchos trabajaran para el bienestar de las élites.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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