Ha vuelto Black Mirror a Netflix con su visión distópica de las sociedad de la información. Y en su primer episodio retrata una sociedad eternamente conectada, móvil en mano, donde sus convecinos están dispuestos a valorar el más mínimo gesto de aquellos con los que van interactuando a lo largo del día.
Pero yendo más allá, el alcance de esta valoración no se queda en el mundo virtual, sino que condiciona la vida fuera de las pantallas, marcando los eventos cotidianos a los que los usuarios podrían o no acceder en función de su puntuación. La historia plantea una cierta sensación de asfixia que obliga a actuar de cara a la galería en el devenir cotidiano por estar sujetos a una evaluación constante del otro. Una evaluación externa, anónima a veces, que mantiene una duplicidad de la personalidad voluble en todo momento y que presenta una catalogación del ser humano por parte de iguales, pero asistida por una perversa red telemática.
Pero yendo más allá, el alcance de esta valoración no se queda en el mundo virtual, sino que condiciona la vida fuera de las pantallas, marcando los eventos cotidianos a los que los usuarios podrían o no acceder en función de su puntuación. La historia plantea una cierta sensación de asfixia que obliga a actuar de cara a la galería en el devenir cotidiano por estar sujetos a una evaluación constante del otro. Una evaluación externa, anónima a veces, que mantiene una duplicidad de la personalidad voluble en todo momento y que presenta una catalogación del ser humano por parte de iguales, pero asistida por una perversa red telemática.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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