Los medios sociales son capaces de diluir las fronteras entre lo público y lo privado de una manera inimaginable hasta ahora. El móvil, perfectamente competente para aislarnos del mundo próximo, es capaz de presentar, justo detrás de la intimidad de nuestra pantalla, una ingente una humanidad -humanizada o deshumaniazada, valga la tautología- úbicua y desterritorializada. Ante tal avalancha de socialización no siempre somos capaces de responder de manera seria, sensata y coherente. Y posiblemente sean los más jóvenes, aquellos que a priori podrían estar más acostumbrados a las tecnologías digitales, los más sensibles y débiles ante la amenazas que podrían esconderse ante esta multitud de desconocidos ávidos de nuevas relaciones. Porque, seamos sinceros, el lobo sigue siendo un lobo para el hombre (y más aún para la mujer, pues ellas están aún más expuestas) y tras una tecnología de reciente aparición, llegada para hacernos la vida mas sencilla - y para el lucro desmedido de las compañías que la explotan- hay millones de seres humanos , que encarnan lo mejor, pero también los más cruel y perverso de la condición humana.
A través de nuestros móviles podemos establecer una barrera comunicativa con los más próximos físicamente pero una cercanía pasmosa con los más distantes en el espacio. Y tras estas interacciones digitales podremos encontrar múltiples peligros escondidos tras las más diversas formas. Es difícil establecer un sistema infalible cuya protección sea total, al igual que también es complicado este extremo en la vida física. Es decir, igual que hay personas más expuestas al peligro en la calle, hay personas que están más expuestas que otras en las redes sociales. Y a veces se da la cruel situación de que una persona en peligro en su entorno próximo sigue viviendo un infierno cuando coge su móvil.
El peligro puede estar en cualquier lado, es mutante, a veces es difícil de ver y otras veces complicado salir de una situación que se convierte en un círculo vicioso. En Mirones en Internet, el dilema de Nerve (25 de abril de 2017) tratamos este extremo. A veces el problema no es la agresividad, sino la pasividad del entorno. Otras veces la raíz del problema es etérea aunque se condensa sobre algunos individuos que absorben la energía negativa como un vórtice maldito que les impide salir ¿Y a quién culpar cuando todo sale mal? Un padre francés culpa a Youtube, WhatsApp y al Estado francés del suicidio de su hijo de de 14 años tras jugar al 'Momo Challenge' El concepto no es nuevo, pero las formas se reinventan. Al igual que ocurrió hace unos meses en Rusia con el reto de la ballena azul donde los jóvenes eran desafiados a ir superando pruebas hasta llegar al suicidio, en 'Momo Challenge' una red de extorsión chantajea a su victimas hasta llevarlas a situaciones extremas ¿se puede culpar a las plataformas digitales de estos desvaríos ?
Evidentemente es complicado actuar sobre los gigantes de la comunicación, tanto desde el punto de vista legal -demasiadas jurisdicciones afectadas- como desde el punto de vista ético -las redes son simples herramientas, positivas si el uso es correcto, nefastas si no sabemos el poder de lo que tenemos entre manos-. Si partimos de la neutralidad de la herramienta en tanto en cuanto victima y victimario parten de la misma ventaja -que es el acceso a las misma tecnología-, nos encontramos ante dos actitudes muy distintas ante la pantalla: la ingenuidad del adolescente y la sociopatía de los que aprovechan esta debilidad para alcanzar sus perversas metas. Y también cabe destacar como afecta de manera subsidiaria la desidia o ignorancia de esos padres que no fueron capaces de entender la problemática que estaba viviendo su hijo. Afirmar que "nos creíamos felices y a salvo en el campo" e intentar culpar a Youtube, WhatsApp y al Estado francés del suicidio son dos posiciones que chocan frontalmente y destapan una intencionalidad de externalizar errores.
De nuevo, educación y formación son cruciales, y dejar que un niño crezca solo delante de la pantalla es evidentemente arriesgado e irresponsable. La red, en tanto espacio habitado por humanos, no se ve libre de los bajos instintos y las malas intenciones. Por ello, en la red al igual que en la calle, es necesario extremar las precauciones. Y tener siempre en cuenta el axioma de que si no lo haces en la calle, no lo hagas en la red puede evitarnos más de un problema.
Evidentemente es complicado actuar sobre los gigantes de la comunicación, tanto desde el punto de vista legal -demasiadas jurisdicciones afectadas- como desde el punto de vista ético -las redes son simples herramientas, positivas si el uso es correcto, nefastas si no sabemos el poder de lo que tenemos entre manos-. Si partimos de la neutralidad de la herramienta en tanto en cuanto victima y victimario parten de la misma ventaja -que es el acceso a las misma tecnología-, nos encontramos ante dos actitudes muy distintas ante la pantalla: la ingenuidad del adolescente y la sociopatía de los que aprovechan esta debilidad para alcanzar sus perversas metas. Y también cabe destacar como afecta de manera subsidiaria la desidia o ignorancia de esos padres que no fueron capaces de entender la problemática que estaba viviendo su hijo. Afirmar que "nos creíamos felices y a salvo en el campo" e intentar culpar a Youtube, WhatsApp y al Estado francés del suicidio son dos posiciones que chocan frontalmente y destapan una intencionalidad de externalizar errores.
De nuevo, educación y formación son cruciales, y dejar que un niño crezca solo delante de la pantalla es evidentemente arriesgado e irresponsable. La red, en tanto espacio habitado por humanos, no se ve libre de los bajos instintos y las malas intenciones. Por ello, en la red al igual que en la calle, es necesario extremar las precauciones. Y tener siempre en cuenta el axioma de que si no lo haces en la calle, no lo hagas en la red puede evitarnos más de un problema.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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