En uno de los post que
utilizamos para resaltar los hechos más remarcables de 2014,
analizábamos el impacto que habían tenido las declaraciones del
ahora extrabajador de la NSA, Edward Snowden (Espionaje digital: la
cloacas de la red, 20-12-14). Gobiernos, empresas y usuarios se
llevaron las manos a la cabeza por sentirse observados. Contrasta
esta indignación con la predisposición del usuario a utilizar
aplicaciones que muestran su “intimidad” en abierto o ante un
grupo más o menos extenso. Subir fotos o videos a diferentes
comunidades como Facebook es una acción que una vez consumada
escapa a nuestro control, pues un documento digital que sale de
nuestro ordenador, pasa a ser de dominio público de manera
inmediata. Visto de otra manera, exponemos nuestra intimidad a través
de un pantalla ubicua y globalizada sobre la que no tenemos ningún
tipo de control.
Además, con el auge de
los smartphones, exponemos nuestras acciones a tiempo real si no
somos consecuentes con las apps instaladas en nuestro dispositivo de
comunicación. Facebook puede ir difundiendo nuestra posición
geográfica si a nuestro móvil no le decimos lo contrario. Las
aplicaciones de entrenamiento deportivo pueden mostrar, con más
menos restricciones, nuestras pautas de comportamiento. Y con
Whatsapp, la panacea de las comunicaciones personales, ofrecemos una
clara postal sobre nuestra disponibilidad y nuestro horario de
conexiones. De hecho, el doble check de esta app puede llegar a
generar una obsesión casi enfermiza por el control de nuestros
contactos.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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