En el anterior post comentábamos los esfuerzos de un hacker por hacerse con material privado de numerosas famosas. Ante la imposibilidad de lucrarse con el material obtenido, las imágenes fueron expuestas en la red, con lo que rápidamente se fueron difundiendo y multiplicando por la red. No obtuvo beneficio económico, pero si cierta celebridad. Los medios de comunicación de medio mundo se hicieron eco del caso y, aunque no pueda dar la cara, su hazaña ocupó un espacio importante en la prensa de la semana.
Como usuarios anónimos podemos pensar que nadie se va a tomar tantos esfuerzos en hackear nuestros dispositivos electrónicos. Si embargo, estamos claramente equivocados, ya que en una sociedad digitalizada un gran porcentaje de ordenadores contienen un material jugoso para los amigos de lo ajeno: nuestras fotos no interesan, pero sí datos de acceso bancario, por no ir más lejos. Y no supone tanto esfuerzo, pues la mayor parte de esas contraseñas no se consiguen a través de complicadas herramientas o técnicas avanzadas de hacking: lo normal es que la victima ceda sus contraseñas ante intentos poco más que ingenuos, pero ante los que los usuarios siguen cayendo día tras día. Por simple que parezca, hay un porcentaje importante de internautas dispuestos a facilitar su número de tarjeta o su contraseña de acceso ante una petición de la misma por un correo electrónico en el que los ladrones se hacen pasar por empleados de banca ¿Qué trabajo supone mandar un correo fraudulento a 10.000 potenciales victimas? Con que sólo una persona ceda sus claves, el esfuerzo ya habrá sido rentable.
Además de estas técnicas de ingeniería social, nos encontramos con un problema basado en la ubicuidad de los dispositivos. Nuestro SmartPhone puede ser una mina, no por el valor en sí mismo, sino por la información que contiene. Las aplicaciones instaladas normalmente guardan el usuario y contraseña de acceso y nada más iniciarlas entran en los espacios personales de los propietarios de los terminales. Así, ante un robo o pérdida de nuestro teléfono, estamos exponiendo no sólo nuestra intimidad, sino también acceso a las aplicaciones frecuentes, lo que puede ser peligroso. Si tenemos instalado la aplicación de banca electrónica de nuestra entidad bancaria y no cerramos siempre la sesión, estamos dejando abierta nuestra hucha a posibles enajenadores.
Evidentemente, no vamos a dejar de utilizar las ventajas que nos ofrece la sociedad digital, pero sí que se hace preciso extremar las precauciones. Y de nuevo, retomar la máxima de que si no lo haces en la calle, no lo hagas en la red.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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