La redes sociales nos han acostumbrado a la inmediatez ubicua. Con un smartphone en el bolsillo y un par de cuentas en la red que más se adapte a nuestras necesidades (dependiendo de nuestra edad y nuestro lugar de residencia) damos por hecho que nos mantendremos informados acerca de aquello que más nos interese. A tiempo real, una señal de alarma de nuestro dispositivo nos pondrá en alerta para que accedamos a la pantalla y adquirir esa nueva perla de información: un gol de nuestro, equipo, un nuevo caso de corrupción del partido gobernante, un directo de un amigo...
Algunas redes más que otras favorecen la inmediatez. Si bien Facebook es un almacén de vestigios que hasta nos recuerda que hace 7 u 8 años, tal día como hoy hacíamos tal o cual cosa, otras redes como Twitter presentan un timeline vertiginoso, aunque ofrece un espacio maravilloso para hacer minería de datos y retrotraer incoherencias pretéritas ( y de esto sabe mucho el periodismo político). Por otra parte, el público juvenil y adolescente se inclina por redes efímeras, como Snapchat o Instagram, donde se hacen, si se quiere, contribuciones con fecha de caducidad, limitación de visionados y transmisiones en directo que o se ven en el momento o se pierden para siempre. Esto puede generar un cierto grado de dependencia y hasta una obsesión por una conexión permanente para no perder nada de lo que pasa en nuestras redes.
Algunas redes más que otras favorecen la inmediatez. Si bien Facebook es un almacén de vestigios que hasta nos recuerda que hace 7 u 8 años, tal día como hoy hacíamos tal o cual cosa, otras redes como Twitter presentan un timeline vertiginoso, aunque ofrece un espacio maravilloso para hacer minería de datos y retrotraer incoherencias pretéritas ( y de esto sabe mucho el periodismo político). Por otra parte, el público juvenil y adolescente se inclina por redes efímeras, como Snapchat o Instagram, donde se hacen, si se quiere, contribuciones con fecha de caducidad, limitación de visionados y transmisiones en directo que o se ven en el momento o se pierden para siempre. Esto puede generar un cierto grado de dependencia y hasta una obsesión por una conexión permanente para no perder nada de lo que pasa en nuestras redes.
alfonsovazquez.com
ciberantropólogo
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